Durante los últimos 20 años los principales objetivos estratégicos de la política exterior estadounidense en Oriente Medio han fracasado. Constante tensión en suelo iraquí, roces con la Casa de Saud, la permanencia de Assad en el poder, el fracaso de la Coalición Internacional en Yemen o un implacable avance del Talibán por la inminente retirada militar de Afganistán. En este contexto comienza a esbozarse la «Iniciativa Nuevo Levante».
Formalmente, la Iniciativa Nuevo Levante es un proyecto de integración y cooperación económica entre el Reino Hachemita de Jordania, la República Árabe de Egipto y la República de Iraq, encontrando su origen en un minucioso estudio del Banco Mundial realizado en 2014 y por tanto coincidiendo con el mandato del antiguo primer ministro iraquí, Haider al-Abadi (2014-2018), quien fuera su mentor.
Si bien las primeras referencias públicas nos hacen retroceder hasta el pasado 20 de agosto, cuando el actual premier iraquí, Mustafá al-Kadhimi, revelaba tras una reunión con el expresidente Donald Trump que la intención de esta iniciativa será lograr en un futuro no muy lejano, “flujos más libres de capital y tecnología”.
En este sentido, el prestigioso Instituto del Medio Oriente considera que dicha unión “sería similar al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), el AfCFTA, la UE y muchos otros”. Es de entender que tal y como apunta, Aqeel al-Rudaini, líder de la coalición Nasr (en el gobierno), este plan se fundamenta en toda clase de “entendimientos económicos y políticos”.
Comenzaba así una serie de reuniones del más alto nivel. Las cumbres tripartitas de El Cairo (2019), Nueva York y Ammán (2020) mejoraron sustancialmente las relaciones interestatales, culminando con un evento inaudito: la reunión de Kadhimi y los jefes de Estado de Egipto y Jordania, Abdulfatah al-Sisi y Abdullah II durante la Cumbre de Bagdad (2021), algo que no sucedía desde hace 30 años.
Resultado de las conversaciones destacan medidas como la creación de un consejo de coordinación conjunto, la exención de aranceles para los productos jordanos arribados a la «Tierra de los dos ríos», acuerdos bilaterales para el incremento del volumen comercial y la inversión, una mayor cooperación en materia de seguridad en aras de socavar posibles amenazas terroristas y una «declaración de apoyo a la causa palestina».
En el supuesto de que esta integración económica avance de forma positiva debemos distinguir las implicaciones económicas y políticas que tendría a nivel regional.
Hablaremos primero de las consecuencias económicas y es que el propósito de la Iniciativa Nuevo Levante es el establecimiento gradual de un área económica común que impulse el comercio, la inyección de fondos en inversiones millonarias y la coordinación en materia de seguridad; estimule el crecimiento económico, el descenso del desempleo, la mejora de las redes de comunicación existentes, y que en última instancia comporte un transbordo de la actividad económica hacia el Mare Nostrum.
La eliminación de visados y el posible establecimiento de un área de libre circulación favorecería la contratación trasnacional de mano de obra barata –preferentemente egipcia– y el desarrollo del sector servicios. El turismo se convertiría en una de las áreas con mayor necesidad y potencial de desarrollo tras la debacle provocada por la primavera árabe. Por poner un ejemplo, “entre 2010 y 2011, las llegadas de turistas disminuyeron en 32,4% en Egipto”.
Para reafirmar las hipótesis anteriores basta hacer una simulación con esta herramienta desarrollada por la Corporación RAND, gracias a la cual observamos como esta hipotética unión traería consigo resultados bastante positivos a la par que modestos en el plazo de una década.
En primer lugar, destacamos un ligero aumento del PIB que beneficiaría a los tres Estados –especialmente a Jordania–. En cómputos globales se esperaría un incremento de aproximadamente 6 billones de dólares, jugando un rol esencial el comercio y las inversiones.
No sólo eso, también cabría esperar un descenso generalizado del paro, aunque debería ser tenido en cuenta que se trata de países donde la actividad laboral es muy alta, lo que puede restar importancia a estos resultados.
Sea como fuere, la viabilidad de este proyecto está en entredicho. Durante la Antigüedad, Mesopotamia fue cuna de la civilización y una región rica en recursos naturales, más en la actualidad, Iraq es un país con una gran debilidad estructural (ausencia de las bases del Poder).
Fragmentación étnica, dependencia energética y la escasa soberanía alimentaria constituyen el primer impedimento al establecimiento de un nuevo bloque económico árabe.
Consolidar una posición «independiente» conllevaría no sólo renunciar a ciertos productos de necesidad básica, sino también a mucha de los servicios de su más importante activo estratégico, el puerto de Umm Qasar– y que en un futuro recaerían en el puerto de al-Faw– cercano a la ciudad de Basora, junto a la desembocadura del Shatt al-Arab.
Se teme que haya una reducción drástica en el volumen de exportaciones de crudo en el golfo Pérsico para inducir a su posterior refinado en Egipto, nación que se aprovecharía de su entramado industrial.
Basora, núcleo de la exportación petrolera –por delante de la Región Autónoma del Kurdistán (Baçur)–, y asentamiento del grueso del sector petroquímico, en el que de por sí hay una gran dinámica tribal como demuestran la presencia de numerosos clanes, la configuración de los consejos locales o la supervivencia de tradiciones como el aporte del blood money (pago de la sangre) se caracteriza por su extremada volatibilidad y conflictividad social.
Por si fuera factor de poco peso, añadiremos un problema más. Este pequeño territorio es uno de los principales centros del chiismo duodecimano junto a los lugares santos de Kerbala y Nayaf. Históricamente la comunidad imamí ha sido catalogada como «levantisca» por cualquier poder ya fuese árabe (Omeya, Abbasíes etc.) o foráneo (los otomanos con ‘la Sublime Puerta’), algo en parte atribuible al componente político-revolucionario de su doctrina religiosa.
No sin disputas internas (Nayaf, en Iraq vs Qom, en Irán) el gigante persa, ha sabido adentrarse en su interior. Como bien es sabido, desde la caída de Saddam Hussein (2003), quien en su día llegó a apostar por un proyecto económico similar, la política nacional iraquí ha estado determinada por una constante pugna entre fuerzas políticas «nacionales» y de orientación proiraní.
La crítica al papel geoestratégico jugado por Irán no debe menospreciar el trabajo de la Fuerza Qods bajo la dirección del General de División, Hossein Salami, quien siguiendo el legado del sardar (comandante) Qassem Soleimani, será el encargado de organizar la extensa y compleja red de milicias insurgentes –los famosos proxies– surgida al calor de la ocupación estadounidense (2003-2011).
Las elecciones parlamentarias de 2018 y los posteriores eventos que sacudieron al país durante semanas son buen ejemplo de la polarización existente. Plataformas políticas como Saairun, Fatah, Mutahiddon quedan sujetas a la influencia de agendas extranjeras, y el modo de obrar de algunos de sus integrantes, así como a una complejidad común a todo Oriente Medio y que trasciende lo ideológico: religión, etnia, cuestión tribal, relaciones clientelares, contraste urbe–mundo rural (aquí entra en juego un claro componente de clase, aunque no es tan pronunciado como en otros estados vecinos).
La mera apuesta por un bloque árabe –que excluye Siria, Líbano y evidentemente los Territorios Palestinos Ocupados para desgracia de un vilipendiado Antoun Saadeh– significa abandonar la órbita iraní e indirectamente propiciar la desconexión del eje terrestre Beirut–Teherán, favoreciendo las políticas estadounidense y saudí.
En este sentido, hace tan solo unos meses Kadhimi cancelaba la visita del ex primer ministro (interino) libanés, Hassan Diab, debido a la presión ejercida por los países ya mencionados.
Ya habiendo tenido sus más y sus menos con la República Islámica a raíz del papel jugado en la muerte de Soleimani, el iraquí Kadhimi también deberá afrontar un posible deterioro en las relaciones con Turquía y en segunda instancia con su aliado regional, Qatar; recordemos que algunos territorios fronterizos en el norte han sido ocupados en las «Operaciones Garra» que amparándose en la lucha contra el PKK han sido ejecutadas desde mayo de 2019.
La revitalización de la economía local tampoco es incompatible con un posible «reconocimiento explícito» de Israel. La movilización de la sociedad en solidaridad con Palestina fue una herramienta política –con mayor o menor éxito– empleada por primera vez en los años ’30.
Aún, cuando la población iraquí es mayoritariamente anti sionista, numerosos reveses, intereses en las élites y una cada vez más globalizada economía, nos conducen a un nuevo periodo en el que la causa palestina pasa a segundo plano. Egipto (1979), Jordania (1994), Bahréin, Emiratos Árabes Unidos y Marruecos (2020), Omán y Sudán (2021) ¿Será Iraq el siguiente? Difícilmente.
Con una población hostil y la presión de terceros, la probabilidad de éxito de la Iniciativa Nuevo Levante es prácticamente nula. Necesariamente, un tratado de tan profundos cambios debe ser aprobado por el Consejo de Representantes –un órgano actualmente muy dividido–.
Las elecciones del próximo mes de octubre bajo amenazas de fraude, retiradas de apoyo al bloque gubernamental, minorías que no participarán y una envalentonada línea proiraní tras la victoria de Raisi, decidirán su futuro.
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