Errol Flynn: El demonio de Tasmania

Antes y después de esta película, realizada en 1938, la leyenda inspiró diversas adaptaciones cinematográficas, pero ninguna alcanzó los registros de la interpretada por Errol Flynn. Su excelente interpretación, el acompañamiento de ilustres actores y actrices como Olivia de Havilland y Una O, Connor, Claude Rains y Basil Rathbone como malvados de luxe y una excelente fotografía en Technicolor, fueron factores decisivos en este filme que logró tres Oscar de la Academia. La carrera de Errol Flynn tomó a partir de entonces un ritmo vertiginoso que solo su afición al alcohol y a todo tipo de drogas, sus legendarias peleas con su mujer Lily Damita, las continuas infidelidades, las sesiones de espionaje en las habitaciones de los invitados de su casa, las peleas entre bastidores durante los rodajes, las cuantiosas deudas y mil y un percances más lograron detener ese vértigo existencial que acabó con su vida a la temprana edad de 50 años, víctima de un infarto agudo de miocardio. Antes de morir dejó para la historia varias anécdotas de las que fue protagonista :  el robo del cadáver de John Barrymore, junto con su amigo de borracheras Raoul Walsh, en el propio velatorio del actor y el numerito erótico-musical con que acostumbraba a rematar las numerosas orgías celebradas en su casa: la interpretación al piano de sus melodías favoritas con el apéndice masculino del que más se enorgullecía. Depredador sexual elevado a la máxima potencia, se dice que sus amistades evitaban por todos los medios presentarle a sus novias, esposas o amantes a causa de la gran habilidad de Errol Flynn para llevárselas a la cama, superior incluso a las de Kirk Douglas o a las del mismísimo Warren Beatty, de quien su hermana Shirley McLaine dijo en más de una ocasión: “Creo que soy la única mujer de Hollywood con la que mi hermano no se ha acostado”.

Naturalmente yo no sabía nada de todo esto, cuando vi sus películas siendo un niño de pocos años de edad, aunque tampoco me habría importado. Yo veía en la pantalla a un héroe que robaba a los ricos para repartir el botín entre los pobres, aunque Robin Hood fuera un noble que no buscaba una sociedad más justa, sino, simplemente, cambiar al rey traidor Juan sin Tierra por el bondadoso Ricardo Corazón de León quien al volver de Tierra Santa, se encontró con la sorpresa de que su propio hermano lo había birlado el trono de Inglaterra. Años después el príncipe de Salina lo expresaría claramente en El Gatopardo: “Es necesario que todo cambie para que todo siga igual”. También es lo que tenía ser niño en la posguerra española: la vida nos resultaba tan insoportablemente aburrida, que buscábamos en el cine “otras voces, otros ámbitos”, que diría Truman Capote. Y también otros héroes. Tipos como Errol Flynn, atractivos, aventureros, juveniles, divertidos, héroes de Technicolor rodeados de hermosas mujeres, amigos leales y hermosos paisajes. Todo eso lo cambiaría una guerra (aunque no del todo). Robín de los bosques se rodó en 1938, pero yo la vi en España en 1946 ó 1947. ¿Qué pasó entre esos años? La II Guerra Mundial. ¿En qué medida afectó al cine? Muy sencillo: En EEUU los espectadores iban al cine y antes de la película se les proyectaba un Noticiero que mostraba sin tapujos los horrores de la guerra. Después venía la película, una de Hollywood que nada tenía que ver con la realidad, una película de evasión. Entonces los espectadores reclamaban más realismo en el cine, pero Hollywood se lo negaba. ¿Por qué? Porque lo suyo siempre fue el entertainment, el entretenimiento. Porque en el cine no deberían tener cabida las inquietudes sociales o las reflexiones más o menos profundas sobre el ser humano. Eso quedó para el cine negro cultivado en buena parte por ilustres emigrados como Fritz Lang o Robert Siodmak. A pesar de todo unos cuantos cineastas lo intentaron, directores, guionistas, actores, productores. ¿Y qué pasó? Pasó que un llamado Comité de Actividades Antiamericanas, encabezado por el siniestro senador McCarthy los acusó de comunistas y todos sin excepción fueron arrojados a patadas en el culo lejos de los estudios. Unos murieron, como el actor John Garfield, otros fueron a la cárcel, otros se autoexiliaron, como Joseph Losey o Stanley Kubrick, mientras Hollywood continuaba con el entertainment. Ese otro cine reclamado por el público, el que ofreció realismo a raudales, nació en Europa, concretamente en Italia durante la II Guerra Mundial y se llamó Neorrealismo. Hombres como Zavattini, De Sica, Rosellini, Visconti, o Fellini construyeron historias de hombres reales sobre el fondo documental de las ciudades destruidas por la guerra. Su cine unió los dos caminos por los que el invento había discurrido desde sus comienzos: las “escenas naturales”, sacadas de la realidad de los hermanos Lumière y el cine de ficción inventado por Meliès. Pero ésa es otra historia.